Vida Espiritual
Un rasgo característico en los santos es su intensa espiritualidad, y esa estrecha relación de amistad con Dios (a la cual todos podemos acceder) y que ellos han sabido cultivar maravillosamente, hasta el punto de convertirla en el motor que impulsa sus vidas. Echemos una mirada a los rasgos más sobresalientes de de la espiritualidad de Santa Narcisa.
Vida de oración constante
Este es un rasgo fuertemente enraizado en la personalidad de Narcisa, que indica su continua unión con Dios. En todas las actividades que desarrolla y que ocupan su día, nuestra santa siente siempre a presencia de Dios, que está acompañándola. Todo lugar le fue propicio para la oración personal: desde el guayabo agrio en su natal Nobol hasta el altillo donde vivió muchas veces, o la Iglesia Catedral delante del Santísimo Sacramento o en el coro bajo el templo del Patrocinio en Lima. Narcisa va labrando una vida en Jesús siempre más profunda, que es alimentada por la oración frecuente y constante, así la presencia de Dios en su vida se convirtió en algo íntimo, habitual, humilde, pero a la vez extraordinario.
Amor a María
Como no podía ser de otra manera, junto a Jesús estaba su Madre en la conciencia de Narcisa. Efectivamente, Narcisa sintió que el amor de Jesús iba acompañado por el amor a la Virgen, y la invocación a Nuestra Señora en cualquiera de sus títulos, sirvió a Narcisa para que sintiera la intercesión maternal de María. Ella fue la maestra que la acompañó por los caminos del Espíritu que su Hijo abrió desde lo íntimo de su corazón.
Santa desde la pobreza
Narcisa vivió el amor en Cristo desde la pobreza económica y social. De hecho fue una chica campesina de humildes orígenes, cuando va a la ciudad no cambia su posición social, vive el lugares pobres y apartados en las amplias casas señoriales de Guayaquil. A primera vista no hay nada de especial en esta mujer montubia, más bien tímida y de pocas palabras. Pero lo que si aparece en Narcisa es su educación, sus modales, su piedad, su apego a las celebraciones del templo. Desde su pobreza brilló su sencillez, y desde su sencillez brilló la profundidad de una vida que se ha dejado conducir por el Amor en persona.
Mujer libre de corazón
En el camino del amor, necesitamos la libertad para no dejarnos esclavizar por nada ni por nadie. La sociedad propone tantos atractivos para esclavizar a los ciudadanos. Atrae, por ejemplo, el dinero, la fama, el prestigio, las modas, la propaganda, los espectáculos, etc. Pero el amor a Dios y la fe en él, ejercen un poder liberador extraordinario, reflejado en una confianza absoluta en Dios y en la esperanza cierta de su amor como único bien indispensable; así lo descubrió y vivió intensamente Narcisa.
Hambre de soledad y silencio
Antes habíamos mencionado como rasgo representativo de Narcisa, su disposición para la oración, sentida y constante; y esta capacidad para elevar el alma a un estado superior donde puede comunicarse con Dios, se logra de manera más profunda y personal, en momentos de soledad y de quietud, pues es preciso callar todos los ruidos, todas las voces, para poder escuchar con claridad la voz de Dios en nuestro corazón. Con Narcisa comprendemos cómo revitalizan el alma esos momentos de dialogo con el Señor, y cuán importante es para el espíritu procurar un poco de soledad, teniendo como única compañía al Señor.
Tras las huellas de Santa Mariana de Jesús
La vida misma es mejor ejemplo que cualquier discurso, y sin duda una vida de amor y entrega a los semejantes, mueve e impresiona muchísimo, eso fue lo que le ocurrió a Narcisa; desde pequeña pudo conocer a través de una sencilla biografía, la personalidad de Santa Marianita de Jesús, la «Azucena de Quito», y tan fuertemente caló en Narcisa la espiritualidad de la joven Mariana, quien vivió más de doscientos años antes, que como bien lo resumiera Monseñor Manuel Santiago Medina, ‘tanto le favoreció al Señor para lograr su propósito, que basta leer la vida de Mariana para conocer las virtudes de Narcisa’.
Espíritu de penitencia
Parece una locura el solo pensar que alguien quiera sufrir y mas aún que se provoque dolor a través de castigos físicos, aún cuando la motivación sea tan noble y grandiosa, como el deseo de acompañar al Señor en su pasión y dolor por el pecado de la humanidad. Por ello fue tan difícil para la gente que conoció a Narcisa y supo de sus penitencias entender por qué lo hacía, y lo será mucho más difícil para nosotros comprenderlo ahora, si no lo vemos como la expresión palpable del amor apasionado que Santa Narcisa sentía en lo profundo de su corazón por Dios.